Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y os será hecho. (Juan 15:7)
La oración busca el gozo en la comunión con Jesús y en el poder para compartir la vida de Cristo con los demás.
La oración también busca la gloria de Dios, considerándolo una fuente con reservas inagotables de esperanza y ayuda. Es en la oración donde reconocemos nuestra pobreza y la prosperidad de Dios, nuestra bancarrota y su riqueza, nuestra miseria y su misericordia.
Por lo tanto, la oración exalta y glorifica a Dios en gran manera, precisamente porque busca todo aquello que anhelamos en él, y no en nosotros mismos. «Pedid y se os dará… para que el Padre sea glorificado en el Hijo y… para que vuestro gozo sea completo». A menos que esté muy equivocado, una de las razones principales por las que muchos de los hijos de Dios no tienen una vida de oración significativa no es que no quieran tenerla, sino que no hacen planes para tenerla.
Si usted deseara tomarse unas vacaciones de cuatro semanas, no se levantaría un día de verano y simplemente diría: «¡Hoy me voy de vacaciones!». No tendría nada listo, ni sabría adónde ir, porque no habría planificado nada.
No obstante, así es como muchos de nosotros tratamos la oración. Nos levantamos día tras día con la conciencia de que en nuestra vida debería haber un tiempo de oración considerable, pero jamás tenemos nada listo.
No sabemos adónde ir, porque no hemos planificado nada: no hay un tiempo, ni un lugar, ni un modo de proceder determinado. Y todos sabemos que lo opuesto a la planificación no resulta en un maravilloso fluir de experiencias profundas y espontáneas en oración. Lo opuesto a la planificación es el estancamiento.
Si usted no planifica sus vacaciones, lo más probable es que termine en casa mirando televisión. La corriente natural de una vida espiritual no planificada se hunde en el más bajo nivel de vitalidad. Hay una carrera que correr y una lucha que pelear. Si lo que usted desea es renovar su vida de oración, debe planificar para verla surgir.
Por eso, mi simple exhortación es la siguiente: tómese el tiempo hoy mismo para replantear sus prioridades y el modo en que la oración se ajusta a ellas. Tome nuevas resoluciones. Intente embarcarse en una nueva aventura con Dios. Fije el tiempo y el lugar. Elija un pasaje de las Escrituras que lo guíe.
No permita que la presión de los días de mucho trabajo lo tiranice. Todos necesitamos hacer correcciones en la mitad del camino. Haga de este día un regreso a la oración, para la gloria de Dios y para la plenitud de su propio gozo.
Devocional tomado del libro “Deseando a Dios», páginas 182-183